Ciudades invisibles


                                                                          (disponible en lalibredebarrio@gmail.com) 



Yo podía haber sido esa mujer de oscuro
rezando arrodillada
en la iglesia de piedra
esta tarde de otoño en la meseta
-cielo como de noche y frío penetrante-

Yo podía haber sido
esa mujer orando en la penumbra,
sola.

Pero soy la que mira silenciosa
 y se marcha
para seguir el rumbo del viaje,
turbada por esta  sensación de alivio
que siento al escapar
del destino de otra.


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  Probablemente ayer era una niña
jugando a ser la madre
de una mujer-muñeca
estilizada.

Y hoy es esta muchacha
gruesa y triste,
robada a la frescura
de un tiempo irrepetible,
enajenada
en el rencor adusto
que le da la vergüenza de su cuerpo.


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Antes de estar aquí, sentados en el banco
a la sombra de un seto,
antes de ser quien mira a la muchacha
que riega los parterres,
ellos
construyeron  el mundo con sus manos,
elevaron las casas y los pasos,
hicieron los bordillos,
colocaron
esas bocas de riego
y arrastraron
la pesada manguera entre la hierba.

Pero ella no lo sabe
y les olvida
mientras se inclina, sudorosa y joven,
sobre la tierra al sol 
del mediodía

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La locura le mima
y él sonríe
mientras sube la calle,
adolescente y solo.

Pero alguien ha planchado su camisa
antes de que saliera,
la mirada perdida
y el aspecto cuidado.

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Prendida entre las calles que hoy andamos
late la ciudad vieja agazapada,
más invisible en cada nacimiento,
más imposible y lejos cada muerte
-despaciosa y continúa-
de quienes la habitaron.

Y esta mujer pequeña y sonriente
que saluda al pasar,
abría allí su tienda de frutas y verduras
escogidas.

Han pasado los años, y es ahora
cuando tú te preguntas
qué pensaría entonces,
esa tarde
en que cerró la puerta para siempre.

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No te consuela nada del asombro
de llegar  a esta edad,
alegoría
de un anunciado porvenir
que también para ti
viene hilando la vida,
y al que te acercas tú.

Tú, que cierras los ojos
y sientes la alegría
del sol sobre la piel.
Tú que caminas
como si fuera siempre
todavía.



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El mundo como un mar
mojándote los pies,
llevándose y trayéndote la arena
sobre la que caminas.

El mundo como un mar,
embravecido o calmo,
cambiante y permanente.

El mundo,
dejándote en el borde
de tu propia
fatiga de vivir

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Un día te das la vuelta y paras
para mirar de frente tus recuerdos,
y acompasar su vértigo
al ritmo de tus pasos.

Un día
dejas que se retornen
las cosas a su sitio
del pasado,
reconstruyes el alba
de la infancia en las voces
y los rostros queridos.

Devuelves a tus ojos
las primeras caricias
y agradeces
este largo camino
del amor y las penas.

Tanto pasado un día
tenía que pedir su sitio a este presente,
darle su peso exacto
y su estatura.

                                                                               
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Iulia sale a la puerta de su casa
y mira
la huella de los carros en la piedra:
se sabe descendiente
de una estirpe remota,
y el tiempo ha dado a su ciudad historia
y antigüedad al suelo que ahora pisa.

Veinte siglos más tarde
visitamos los restos de su mundo
y nuestros pies, como los suyos,
pulen
la desgastada losa en la calzada.

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Está allí , frente al mar,
la madre muerta
y un collar en la mano,
para ella.

Está allí, frente al mar,
y el horizonte
no frena su orfandad
que se derrama
por los cóncavos límites
del mundo.

Y esa mano, la suya,
que le parece ajena,
deja caer las cuentas
engarzadas
ahora para nadie.

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Las ancianas se sientan
en el espacio ambiguo del recuerdo,
sobre el banco de ahora.

Ellas miran los árboles
jóvenes y sin nombre
donde el Olmo
les cerraba la luz.

Y sitúan la fuente más arriba,
y el viejo manantial a las afueras.

Las ancianas se sientan, como entonces,
en la plaza y esperan
el soplo de la noche en el  verano
de un pueblo que se pierde
cada vez que le olvidan.

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1 comentario:

  1. QUÉ BIEN... ME ALEGRA PODER LEER TU ÚLTIMO TRABAJO. PENSABA PEDIRTE UN EJEMPLAR, PERO APROVECHARÉ TU BLOG.
    UN BESOTE MUY MUY GORDO DESDE LA DISTANCIA

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