domingo, 20 de abril de 2014

La histórica laguna.

                                                                                                                                   foto : Rafa Martín

En lo que va del siglo en que vivimos, se nos ha muerto una parte importante de quienes nos descubrieron  la luz de la palabra a los y las nacidas en el pasado siglo.

¡Ay, Ángel González, Saramago,  Manuel Vazquez Montalbán,  Jose Luis Sampedro, Félix grande!¡ Ay, ahora, Gabriel García Márquez...!

Repaso de memoria, sabiendo que faltan, faltan, faltan. Y descubro que mi mala memoria y mi ignorancia, juntas, reproducen la histórica laguna en que se ahogan las huellas de las mujeres.

¿Qué mujeres escuché en mi juventud? Estaban Alfonsina Storni, Juana de Ibarbourou, Rosalía de Castro, Acacia Uceta, Virginía Woolf (sí, había que conseguir tener una habitación propia), Concha Espina ( ay, esas vidas de mujeres en el mundo rural reflejadas en la Esfinge Maragata, que tanto me impresionaron) y un  montón de poetas agrupadas en libros que siempre se subtitulaban la poesía femenina en...

Mucho después, María Zambrano y Hanna Arendt, pero ellas murieron en el siglo XX, y después otras mujeres,muchas, parte importante de las cuales  todavía, gracias a la vida, no se han muerto y a las que escucho con una enorme sensación de cercanía. Qué bien Julia Uceda, Paca Aguirre, Almudena Grandes, y tantas, tantas, tantas otras.

Pero esto iba de quienes nos están dejando y formaron parte de nuestro mundo de referencias allá, en el siglo XX y aquí, en el siglo XXI.

¡Ay, ahora, Gabriel García Márquez que me envolvió en la belleza fulgurante de su poesía en prosa! Cien años de soledad, el único libro que agradecí que me obligaran a leer aunque tuviera que pagar con un comentario de texto.

sábado, 5 de abril de 2014

Habitación de hotel

¿Qué dice un fotógrafo cuando cambia la luz por la pluma para escribir?


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                                                                                                    Habitación de hotel (Edward Hooper, 1934)


Había dejado su casa un día antes, y con su casa, sus cosas más queridas: aquella pintura de su padre recibida al cumplir los 20 años y aquellos libros amarillos de tiempo y de mudanzas. Solo un libro, aquel que ahora miraba con tristeza y una cierta desolación, se había venido con ella para hacer mas llevadero este viaje a ninguna parte, este viaje secreto decidido después de los últimos gritos, casi violentos, que colmaron ese vaso de desidia e incomprensión en que vivía en los últimos años.

Una maleta con ropa de entretiempo, un pequeño bolso de mano y ese libro dedicado eran sus pertenencias para esta nueva vida que comenzaba hoy, en esta habitación de hotel, pequeña y luminosa, que no impedía, sin embargo, que un sabor agridulce le inundara el alma.


Leyó de nuevo las palabras escritas en el libro: “Que la vida sea un constante comienzo en busca de ti misma”

                                                                                                                                                                             Rafa Martín